martes, 7 de diciembre de 2010

El lado oscuro del azar


Como muchos de vosotros sabeis, uno de mis cometidos profesionales consiste en el entrenamiento en habilidades de comunicación y divulgación para personal científico.

Recientemente he participado en una serie de sesiones en las que, tal y como suele suceder cuando trabajas con gente inteligente y ávida de conocimiento, los profesores aprenden tanto o más de los alumnos que estos de aquéllos.

Gracias a estas sesiones he podido aprender cosas apasionantes a propósito de la evolución de la materia ósea del cuerpo humano. Frente a lo que sugiere el sentido común, (el cual con tanta frecuencia actúa como una trampa que fulmina la creatividad y el aprendizaje) los huesos son entes vivos que se están transformando a cada segundo.

Lo resumiré: los osteoclastos, que son unas células multinucleadas, “devoran” continuamente nuestros huesos y crean unos “socavones” que a continuación son rellenados por otras células, llamadas osteoblastos, que generan matriz ósea (si quieres saber más acerca de todo esto puedes consultar el blog del Hospital Universitario Fundación Santa Fe de Bogotá - Universidad de los Andes, donde lo explican muy bien).

Gracias a ese continuo proceso de destrucción/construcción es como nos desarrollamos y crecemos. Durante la sesión de trabajo me estuvo rondando por la cabeza una pregunta: ¿cómo demonios los osteoblastos “saben” dónde están esos huecos que los osteoclastos han hecho con su función excavadora?

Para no interrumpir la sesión de trabajo, me reservé la pregunta para la hora del almuerzo, y ya en la mesa se lo pregunté a dos doctoras que estaban sentadas a mi lado. ¿Es que acaso los osteoblastos eran “inteligentes” o algo así? La respuesta, de una aplastante sinceridad y que por su sencillez me resultó admirable y paradójicamente sobrecogedora, fue ésta:

- Todavía sabemos muy poco acerca del cuerpo humano. Todo parece encontrarse bajo control, pero también el azar desempeña su papel.

La simple materia, a la que tomamos por inerte, parece contener rastros de una inteligencia tenazmente orientada hacia la creación de vida. No obstante, ese poder biogenerador prescinde por completo de los elementos emocionales. No muestra obedecer a una religión, credo ni propósito ultraterreno alguno. La materia está obsesionada, así parece indicarlo, con su proyecto de transformarse en vida, y su herramienta es la destrucción, tal como dijo Steve Jobs en su apasionante discurso en la Universidad de Stanford: “lo viejo debe dejar paso a lo nuevo. Debemos irnos para que otros nos sustituyan” (no puedes perdértelo si todavía no lo has visto).

Estos han sido unos días de dolor para mí. Un amigo muy querido ha muerto. Unos días más tarde, la hija de otro amigo entrañable también falleció en un accidente de tráfico. Tras la tristeza, pasé a considerar la colosal tarea en la que todos estamos implicados: no sólo estar, sino también hacer, compartir, absorber, ganar, crecer. Y al final, dejar sitio a los que han de venir en este mundo misterioso que se encuentra regido tanto por severas reglas de destrucción y creación como por el lado oscuro del caprichoso azar que nos tiene a su merced.

Sea como fuere, es fascinante.

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